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Paulina Portillo: EL TRIUNFO DE UNA GUERRERA

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Paulina Portillo: Sin saber leer y escribir, escribiste tu vida en el libro de la verdad.
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Abogada Margaret Donelly

Historia de Paulina Portillo escrito por Elvia Wallace Martínez

“Paulina Portillo Bajo tu techo familiar te impedían el éxito…pero tú buscaste el triunfo de la vida”

Fuiste guerrera inmigrante quien valientemente entregó su alma y vida para defender su integridad.

Sin saber leer y escribir, escribiste tu vida en el libro de la verdad. Después con tinta y papel grabaste tus sufrimientos y conquistaste con tenacidad las matemáticas ganando la batalla educativa con gran capacidad. Siempre serás admirada por tu inteligencia y dignidad. Tu historia sanará a muchas almas de la mediocridad”

EL TRIUNFO DE UNA GUERRERA

Grand Prairie, Texas. Por Elvia Wallace Martínez. Paulina, bellísima niña con ojos color verde aceituna, pestañas rizadas y dientes muy blancos que parecían de porcelana y perfectos en su proporción. Nació bella e inteligente, pero ignorada siempre por todos a su alrededor. Ella sabía sonreír aún en medio de sus desgracias.

Su padre fue asesinado por su primo hermano quien fue a cobrar una deuda entre ellos y en la disputa le quitó la vida dejando solos a ella, a su madre y a su hermanito de cuatro años.

Su madre contrajo segundo matrimonio con un hombre que sólo la llevó a la desgracia y al sufrimiento. En vez de dejarlo, se aguantaba los insultos y golpes porque según ella lo amaba intensamente y tenía quien le pudiera ayudar con la economía de la casa, pero resultó ser un mantenido y un flojo.

La madre, ciega de lo que estaba pasando, desquitaba sus frustraciones por la falta de dinero y la desesperación de algunas veces no tener ni que comer. Con arranques histéricos, golpeaba a su hija cuando le decía que tenía hambre sin saber por qué lo hacía. Ambas madre e hija vivían agobiadas por los celos del padrastro.

Desde pequeña, Paulina vio violencia y abuso todos los días. Asustada gritaba llorando: “padrastro, padrastro por amor a Dios, no nos mate, somos buenos”. Él reía con sarcasmo diciendo que sólo las estaba amenazando y asustando, pero que un buen día si le dejaban de dar dinero mataría a toda la familia.

Ellos soportaban toda clase de humillaciones por temor a los golpes. Vivían atemorizados. No había paz ni tranquilidad en ese hogar.

Paulina nunca se sintió importante y la madre vivía amargada ante la violencia y el abuso del esposo y nunca tuvo tiempo o inspiración para expresarle amor a sus hijos, jamás una caricia, jamás un consejo, jamás una palabra de consuelo.

En la máxima pobreza en El Salvador vendiendo elotes, granos de frijol y plátanos que piscaban de una parcela del dueño de la casa en donde vivían en un pequeño cuarto, los tres al menos podían tener un techo donde vivir.

Trabajaban sin descanso y compartían para poder subsistir las pocas ganancias con el dueño del cultivo. Se levantaban desde las cuatro de la mañana y después de la cosecha tenían que preparar la venta para ir al mercado del pueblo.

Un día cuando llegaban cansadas la madre y la hija casi al anochecer, el padrastro les estaba esperando y borracho al verles les tiró al suelo los elotes que les habían sobrado amenazándolas como siempre para que le dieran ‘su parte’ del poco dinero de las ventas, todo era para mantener sus vicios. El alcohol y los cigarros eran su Dios.

Tratando de salir de las miserias, un día de frío y en lo obscuro, Paulina decidió huir de su casa a los catorce años con un joven que la pretendía. No fue tanto por amor, sino por salvar su propia vida. Temía que su padrastro la asaltara sexualmente. También el maltrato de su madre la tenían en la depresión y en la incertidumbre.

Al poco tiempo se casó con él y pario su primer hijo. El joven esposo para poder sobrevivir y mantener a su familia los dejo solos y emigró cruzando el Río Bravo para llegar a Los Estados Unidos ilegalmente en búsqueda de trabajo. Afortunadamente no enfrentó muchas penurias, y en seis meses juntó dinero para mandar traer a Paulina y al bebe de nueve meses pagándole al mismo ‘coyote’ que lo había ayudado a cruzar el río. Paulina estaba preparada para emigrar arriesgando su vida. Se reunió con un grupo de salvadoreños a los que el famoso ‘coyote’ iba también a guiar para primero cruzar por México clandestinamente; primero a pie y en autobuses, y luego navegando por el río Bravo amarrados a un neumático de camión que les serviría como salvavidas para llegar a Los Estados Unidos. Los viajeros tenían que agarrarse con un brazo y con el otro nadar. El ‘coyote’ les advirtió: “El que se desprende de su llanta, se jode”. Paulina más que animada estaba horriblemente asustada. También les dijo: “Recuerden, quizás no todos ustedes logren cruzar, se los puede llevar la corriente, o ya que pisemos tierra americana, es posible que la ‘migra’ o los federales los arresten”. Decía con voz de autoridad. Algunos del grupo comentaban que no era la primera vez que intentaban cruzar y que habían sido deportados, pero que volvieron a intentarlo otra vez con la ilusión de llegar a la tierra de las oportunidades. Otra de las recomendaciones del ‘coyote’ era que no llevaran más de lo suficiente e indispensable, agua, comida en paquetes de plástico transparente y sus medicinas importantes.

Al cruzar México con falsas identidades les dio otra recomendación, que era tratar de no hablar coloquialismos del Salvador, y mejor aprender a usar palabras como ‘Manito’, ‘cuate’, ‘órale’ nada de ‘vaya pue’, ‘vos’ en vez de usted, ‘chele’, etc. Era muy delicado que no descubrieran en México que eran salvadoreños.

Al llegar a México Paulina ya no podía con el cansancio cargando a su bebe. La leche materna se le había secado por la debilidad y los días transcurridos comiendo muy poco y sin tomar agua en medio del calor y el estrés que la tenían casi deshecha. El ‘coyote’ le indicó que había una familia muy samaritana que él conocía en un pueblo al pasar y que posiblemente la podría hospedar con ellos para comer bien y comprar la leche para el bebé y reponerse, de otra manera no podría continuar con el grupo arriesgando su vida y la de su hijo. Afortunadamente Diana y su bebé se repusieron y continuaron en la caminata al otro día para prepararse para viajar en autobús y al final, en un tren que les llevaría a la frontera de Reynosa, Tamaulipas, México y Mac Allen, Estados Unidos. Diana con las prisas y preocupaciones olvidó en uno de los autobuses la pañalera del bebé en donde llevaba todo lo necesario para atenderlo. Contenía: leche embotellada, los pañales, la crema para evitar rozaduras, unas gotitas para el cólico en caso de dolor de estómago, una pequeña colchita para cubrirlo del frío, calcetines y un gorrito para su cabecita. Todo esto tan útil para cuidar a su bebé, nuevamente iba a enfrentar muchos riesgos. Paulina lloraba incansablemente de su error y dos señoras la consolaban y le ayudaban cargando al bebé explicándole que no se preocupara, que con la Gracia de Dios el bebé llegaría sano. Y así fue, a excepción de que llegó muy débil pues los líquidos que tomaban eran solo agua y jugos que gracias a Dios aceptó su tierno sistema digestivo de nueve meses.

En Reynosa Tamaulipas, saltarían a un tren de carga que con la ayuda de los aliados del ‘coyote’ podrían viajar escondidos hasta Mac Allen, Texas. Ya de ahí irían rumbo a Houston, Texas en donde el esposo de Paulina les estaba esperando.

Al llegar salvos y sanos todos los viajeros ilegales dieron gracias a Dios, unos lloraban incluyendo a tres señores, otros se hincaban besando el suelo y Paulina parecía que no tenía ninguna emoción. Ella ya había llorado, rezado y maldecido el viaje, ya no tenía energía ni para hablar o caminar. Había perdido diez libras de peso.

El esposo de Paulina no demostró mucha emoción al verle, sólo cargó al bebé y expresó que estaba contento porque nada les había pasado. Llegaron al departamento rentado y él empezó a platicar de lo difícil que la estaba pasando. Paulina con hambre y cansancio no supo qué contestar. Se asombró de que él abrió el refrigerador para sacar una cerveza en vez de atenderle a ella y a su hija. Ella sólo le dio el consuelo de que juntos lucharían para sacar adelante a la familia. Él casi no habló y medio ebrio le pidió que se acostara para entrar en intimidad. Ella no lo pudo creer… lo que necesitaba era descanso, comida, apoyo moral y palabras de cariño. No fue así…

Al transcurrir el tiempo las malas actitudes del esposo reflejaban un comportamiento de mediocridad que lo iba alejando de Diana. Ella creció humilde, pobre, pero respetuosa a pesar del mal trato de su madre quien ella justificaba, pues sabía que era una consecuencia del estrés en el que vivía con su padrastro. Pensó regresar a El Salvador, pero… ¿regresar a la miseria, o quedarse en la miseria con su esposo en Houston? Decidió quedarse…

Paulina volvió a quedar embarazada y parió tres hijos más: La más pequeña que nació al último, se le murió al tercer día. Ella quedó muy débil y triste, su físico había cambiado y ya no tenía energía, pues además trabajaba limpiando casas todo el día.

Así pasaron los años y en medio de otra relación destructiva volvió el sufrimiento de Paulina, “¡Esto tiene que terminar!” Pensaba diariamente. Parecía que la historia se repetía igual a cuando vivía con el padrastro. El hombre con el que se había unido no respondía ante la economía del hogar, sólo bebía y no trabajaba. Ella sostenía el hogar. Paulina sabía que sus hijos estaban en medio de una relación destructiva, con el mal ejemplo pensó, ellos mismos serían destructivos. Diana deseaba que sus descendientes siguieran buenos pasos para lograr ser ciudadanos ejemplares ante Dios y la sociedad. Se lamentaba no ser feliz. Paulina soportó veintiún años de sufrimiento, hasta que un día decidió dejar al esposo que sólo le estorbaba. Con sus hijos ya casi adultos, decidió emigrar a Irving, Texas para mejores condiciones de trabajo y ambiente.

Su preocupación era que no sabía leer ni escribir, de esa manera no podía aprender el inglés. Para trabajos mejor pagados le pedían su estatus legal y el inglés. Al no poder llenar ni una aplicación sus limitaciones eran enormes. Tenía que continuar limpiando casas, mas no se daba por vencida y buscaba la manera de encontrar cosas usadas como ropa, zapatos y plantas que podía conseguir casi gratis para después revender y así mantener la economía de su casa con sus tres hijos.

En el 2006 encontró ‘La Escuelita’ en Irving, Texas (centros comunitarios de aprendizaje operados por DCET, por sus siglas significa: Debes Creer en ti, le atrajo el nombre cuando vio el letrero a la entrada y preguntó si podía estudiar inglés. Le preguntaron si había terminado la primaria y contestó que no sabía leer ni escribir y que nunca fue a la escuela en su pueblo natal. El administrador amablemente le indicó que los cursos eran gratis y que tendría que empezar con alfabetización para luego continuar con la primaria y después la secundaria. Ella se sintió muy motivada y empezó su lucha en aprender las vocales, como sostener el lápiz, y practicar caligrafía para soltar la mano. “¡Esto era maravilloso”! pensó, pero, “¡Qué difícil a los 40 años aprender todo esto!” se repetía. Pero su perseverancia en lograr superarse y ofrecerles una mejor economía a sus hijos era para ella el mayor incentivo. Ahora inclusive podría tener más tiempo para estudiar en las noches. Era increíble como sostenía su librito duro con cuentos de niños y repetía siempre su lectura en voz alta: “Estoy aprendiendo a leer. “¡Qué feliz soy!” decía siempre sonriente. “Ya puedo leer los anuncios en la carretera y no perderme”, comentaba. Ya una vez terminando la primaria ingresó al curso de inglés con la ilusión de algún día hacerse ciudadana legal del país. Cuando esto sucedió fue uno de sus más grandes triunfos. Cuando terminó la secundaria en febrero del 2020 lloró de alegría dando su testimonio, y cuando sus hijos de sorpresa le llevaron flores a la graduación no pararon sus lágrimas de amor y agradecimiento. Ese día se le presentó otra sorpresa más: Fue nombrada ‘La estrella brillante del año’.

Paulina lucía bellísima con esa sonrisa que siempre le ha caracterizado, su dentadura blanca y parejita, sus ojos color medio verde obscuro de aceituna y sus pestañas rizadas con su pelo ya estilizado con rayitos y su maquillaje esplendoroso le hacían representar a una dama elegante de sociedad. Su toga y birrete azul rey resaltaban con su listón dorado cruzado al pecho que indicaba su nombramiento de esa mañana de Julio. Las decoraciones de la ceremonia iban acorde a los colores de su vestimenta, rojo blanco y azul, representantes de los símbolos de la bandera americana.

Paulina continúo recibiendo las bendiciones merecedoras: un nuevo esposo dedicado y trabajador que la ama. Ella labora en una compañía exitosa en donde desarrolla sus talentos. Ahora un certificado de ciudadanía la ampara con todos beneficios de este país. Ella nunca ha dejado de superarse, a sus 51 años está estudiando computación y espera graduarse a finales de este año 2023.

Sus metas conllevan siempre un plan de acción con seguimientos y fechas. No se da nunca por vencida. Los fines de semana continúa sus vendimias ofreciendo artículos usados, electrodomésticos, plantas, zapatos y ropa usada; su comercio le permite tener una entrada adicional para continuar con ‘su lucha’.

Su madre de casi ya cien años le sobrevive. Ella también cruzó el río Bravo en llanta de autobús a los cincuenta y seis años arriesgando su vida con muchísimas tribulaciones, finalmente llegó a abrazar a su hija a quien no había visto en más de cuarenta años. Al abrazarse ambas, la madre le pidió perdón por el mal trato que le dio y la abrazó con lágrimas en los ojos. Fue una bella reconciliación.

Los tres hijos casados aman a Paulina intensamente y están agradecidos de tanta bendición y apoyo que ella les ha proporcionado. Le han dado los nietos merecedores que ella considera son el regalo más grande que Dios le ha dado. No ha sido fácil para ella el superarse para triunfar y ser un ejemplo para el prójimo, su perseverancia, la fe y la esperanza que la hicieron fuerte le ayudaron a lograrlo.

¿Cuántos de nosotros como Paulina hemos sido tratados con abuso, indiferencia, o ignorados casi completamente por nuestros padres o parejas? Cualesquiera que haya sido la circunstancia, siempre habrá una razón de peso. Debemos de comprender esas razones para perdonar y reconciliar, así viviremos en paz.

Paulina, sin educación y sin la demostración de amor que necesitaba en su infancia y juventud contribuyó ya de adulto superándose y rompiendo las cadenas de la mediocridad. Practicó los valores en la vida permitiéndole triunfar en el trabajo, con nuevas amistades, triunfó venciendo sus temores y lo grandioso: Triunfo en la educación de sus hijos y esposo.

Paulina le sonríe a la vida, ¿y tú? ¡Triunfa con dignidad como ella! Finaliza la historia escrita y contada por la señora Elvia Wallace Martínez, Fundadora de la organización Debes Creer en ti. -La Escuelita- en la ciudad de Grand Prairie e Irving, Texas.

Quiropráctico Dr Peralta